De árboles y espíritus


Este año pasó con tanta rapidez que parece increíble ya estar a unos pocos días de la Navidad. Doce días. Menos de dos semanas. Y generalmente el momento llega antes de que yo pueda llevar a cabo lo que me haya propuesto. Pero este año, no. Este año, contra viento y marea, cumplí con muchas de las cosas que me propuse, así que no veo por qué debe cambiar eso ahora, justo en tiempos de espíritu alto.



Claro. En mi lugar en el mundo este año no hay mucho espíritu navideño, más bien hay espíritu bélico y el otro día, mientras leía en FB cómo amigos, conocidos y diversos contactos vibraban y resonaban con la tristeza, la rabia y por sobre todo, el odio, compartiendo imágenes y posteos negativos no sé con qué burda esperanza, me encontré pensando cómo me gustaría estar en un lugar donde el espíritu navideño sea sagrado, donde nada, absolutamente nada, logre bajar la buena voluntad, los buenos deseos para con el prójimo ni las tradiciones de estas fechas. Este año, en mi lugar, vi muy pocos arbolitos de Navidad, muy pocos pesebres, nadie me dijo, todavía, felices fiestas. Al contrario, hay gruñidos y malas caras donde quiera que vaya.

Mamá armó el arbolito en su casa y cuando me pidió que le sacara una foto me encontré diciéndole que estaba agotada, que no tenía ganas de ir a mi casa (al lado) a buscar la cámara. Y esa noche me quedé pensando: qué mala onda, ¿de dónde salió? Y, ¿de dónde va a salir? Por ósmosis, del clima general en el que termino inmersa si no me cuido. Tengo que ser un poco como Pancha y reírme de todo:



Entonces se me ocurrió que este año podría armar por primera vez un arbolito de Navidad en mi casa. Como para combatir tanto anti-espíritu, digamos. En verdad, lo que me propuse fue que nada, absolutamente nada, lograría bajar mi buena voluntad, mis buenos deseos para con el prójimo ni las tradiciones de esta fecha. El único inconveniente, más grande que el odio generalizado mismo, es Tuna.


 Sí: Tuna hará con mi arbolito de Navidad lo mismo que hizo con el potus, con el crotón, con las alegrías del hogar y con cuanta cosa verde y tiernita encuentra: masticación absoluta. Me pregunto si alguna vez podré tener un árbol de Navidad de esos enormes y llenos de cosas. No. La verdad es que de sólo pensar en armarlo me voy a dormir, y ni hablemos de la imagen de Tuna trepada y sacudiéndolo hasta terminar, ambos, en el piso.

Así que me puse a pensar en qué tipo de árbol podía llegar a tener en casa. Los de plástico, en las tiendas, están tan caros que ahí sí, espíritu Navideño menos diez. Pensé en repetir uno que hizo mamá una vez, invento de Tío Manuel, con cañas tacuara, pero si miran la foto, verán que más que árbol de Navidad es Disneyland para Tuna... Así que no, tampoco.



Recordé que el año pasado había tejido uno tamaño mini para colgar en el arbolito de mamá, éste:


Busqué patrones de árboles tejidos y los que más me gustaron fueron este y este. Al final, y luego de varios intentos no tan fallidos, quedaron así:




Ah, perdón, así: Ta-taaaaaaannnn!




Pero aquí no termina el viaje. No, no. 



Mientras comía unos corderitos que me hizo mamá (ponerle onda al día da sus frutos), cayó la luz eurekosa sobre mí y recordé los pinitos que compró mi hermano Luis. Recordé también el blog de Lucy, más exactamente este post. Así que se imaginarán que ya tengo árbol navideño bien Corita... Bueno, tengo, tengo, es un decir: tengo la idea. Ahora me toca traerla a la realidad. ¡Jo-Jo-Jo!

¡Y FELICES FIESTAS!

¡Este Papá Noel está conmigo desde mi primera Navidad, hace 32 años!



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